Thursday, December 22, 2005

LA MARCHA DE LOS TONTOS


Este es el título de un excelente libro de la historiadora norteamericana Bárbara Tuchman, que relata como en algunos momentos de la historia, grupos dirigentes han aplicado de manera persistente políticas que terminan llevando a sus países o instituciones al desastre. Lo hacen a pesar de la presencia de voces que advierten hacia dónde se dirigen; el caso de los Estados Unidos en la guerra de Vietnam es realmente aleccionador.

Un argumento similar desarrolla Jared Diamond en su último libro, titulado “Colapso”. Diamond presenta casos más dramáticos, como el de los pobladores de la isla de Pascua, que hacia el siglo XVI talan el último árbol y se quedan sin poder hacer más canoas para poder pescar. Para el presente, nuestro compatriota Oswaldo de Rivero ha planteado la tesis de los “Estados fallidos” que dejan de cumplir sus funciones básicas, instalándose el caos. Bolivia y Ecuador, entre los países cercanos, son fuertes candidatos a tener estados fallidos, habiendo tenido cerca de 7 presidentes en los últimos siete años.

¿Vamos por ese camino? En el momento actual, los síntomas agudos de un colapso social no están presentes, como lo estuvieron entre 1988 y 1992 con la hiperinflación y Sendero Luminoso. Pero el descontento social es enorme: 82% de los peruanos cree que el gobierno es dirigido en función de los intereses de sectores poderosos y no de la nación (Fuente: Latinobarómetro). La desconexión de la clase política del sentir nacional, la dominación de los grandes grupos empresariales nacionales y extranjeros en la búsqueda de superganancias de corto plazo y la presencia de una ideología extrema que propone el “Estado mínimo” - salvo cuando se trata de rescatar banqueros – auguran malos presagios. En esencia, carecemos de Proyecto Nacional.

En los últimos años solo hemos tenido estos síntomas subyacentes de un posible colapso, y no un gran desorden político y social, debido a dos fuerzas. La primera, la destrucción de la organización social y los partidos políticos anti-sistema la década pasada. La segunda, una bonanza económica producto de un contexto internacional excepcionalmente bueno – cuyo fin se empieza a acercar - y una política monetaria, a cuyos conductores atacan esas visiones ideologizadas y torpes que dominan hoy el país.

Aunque no sean obvios, los síntomas están ahí, a la vista del ojo avizor. Dos hechos los han resaltado en las semanas pasadas. El primero, el inicio de una campaña electoral sin que los principales candidatos estén presentando alternativas orientadas a resolver los problemas de pobreza y desigualdad. El segundo, el cierre de negociaciones del TLC de manera apresurada sin defender el interés nacional ni medidas internas para adecuarnos a él, lo que agravará las condiciones de pobreza campesina y las dificultades de las mayorías para cuidar su salud. Las utilidades de unos pocos grandes exportadores e importadores han sido privilegiadas..

También hay fuerzas de esperanza. La discusión de ideas está viva. El repliegue de la acción colectiva de los sectores populares de la década pasada, poco a poco empieza a revertirse. La construcción de una alternativa económica, social y política que logre fusionar ideas críticas y alternativas con los nuevos emprendedores y con una organización social adecuadamente encauzada, es la tarea pendiente. Ojalá estemos a tiempo.

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