DESIGUALDAD Y CRECIMIENTO
Recientemente una revista local preguntaba a destacados políticos si preferían una sociedad más rica y más desigual, o menos rica pero más igualitaria. Pregunta interesante pero equivocada: decenas de investigaciones económicas en la última década han mostrado que los países con mayores niveles de equidad, son los que han crecido más. La idea de que hay que escoger entre estos dos objetivos, igualdad o crecimiento, es cosa del pasado.
El crecimiento de los países asiáticos en las últimas décadas ha sido una de las grandes comprobaciones en ese sentido. Tanto los llamados “tigres del Asia” como China han estado entre los países con mayor crecimiento económico, y se trata de países con niveles de desigualdad mucho menores a los del Perú y Latinoamérica, que en este lapso hemos crecido mucho menos.
Varias teorías han buscado explicar los efectos beneficiosos de la igualdad sobre el crecimiento. Un enfoque enfatiza que países con altos niveles de exclusión y pobreza, son también países inestables social y políticamente. La historia de los países andinos, que incluye la guerra interna desatada por Sendero Luminoso en el Perú y los levantamientos indígenas y populares en Ecuador y Bolivia, son un claro ejemplo. Estos conflictos alejan la inversión y retrasan el desarrollo. Una fuerte institucionalidad democrática es un antídoto para este problema, pero difícil de lograr en una sociedad marcada por la exclusión y discriminación.
Un segundo enfoque resalta que la pobreza impide desarrollarse económicamente a millones de personas que tienen imaginación y empeño. Porque para sacar adelante un negocio, no hacen falta solamente buenas ideas y trabajo responsable: también hacen falta recursos económicos para comprar las instalaciones y equipos necesarios. Pero los pobres no tienen el dinero para ello. Las microfinanzas son una promesa que está avanzando en resolver algunas de estas barreras al desarrollo de los emprendedores populares, pero todavía tiene un alcance limitado. Además, no puede resolver el hecho de que para los pobres, arriesgarse en un negocio pueden llevarles a perder las escasas tierras o medios para la subsistencia.
Finalmente, debido a la necesidad de supervivencia, las familias pobres tienen grandes dificultades para cuidar la salud y la educación que permitirían a sus hijos - cuando sean adultos - adaptarse a nuevas tecnologías y ser más productivos. Como resultado de ello, la pobreza se trasmite de generación en generación: padres pobres, hijos pobres. Evitarlo requiere que el estado invierta en educación y salud de calidad para toda la población, en especial en aquellos más vulnerables.
Una política pro-equidad bien pensada puede ser una gran palanca para el desarrollo nacional, reduciendo conflictos sociales, dando oportunidades económicas a las mayorías y cuidando a los niños que son el futuro. Esperemos que esta necesidad ocupe un lugar central en los debates políticos de los próximos meses.
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