Capitales y fronteras
¿Da lo mismo el capital nacional que el capital extranjero? En los países desarrollados, como Estados Unidos, Japón o Inglaterra, y en países que han avanzado más recientemente en ese camino, como Corea, Chile o España, la relación entre capital, estado y nación es múltiple y estrecha. Las empresas de esos países tienen un importante apoyo de sus Estados, que les buscan mercados en el exterior y defienden sus inversiones allende los mares. Esas empresas, a pesar de que son trasnacionales en su organización productiva y económica, mantienen una base de directivos y trabajadores principalmente de su país de origen, y tienen una participación importante en la educación, la cultura y el desarrollo social de su país. El avance tecnológico, que permite el liderazgo empresarial y también sustenta la fuerza política y militar de los países, es producido por una acción conjunta entre empresas, universidades y centros de investigación apoyados por el estado.
Es verdad que en todos esos países hay también empresas extranjeras operando dentro de sus fronteras, que las empresas trasnacionales contratan gente de diversas nacionalidades y los inversionistas diversifican su cartera incluyendo acciones y bonos del exterior. Pero sí hay una claro sesgo nacional en la actuación de estados y capitales.
Esta acción conjunta entre estados y empresas en pro del desarrollo nacional, como sustenta Dani Rodrik - profesor de economía de Harvard - en su reciente texto sobre políticas industriales para el siglo XXI, no depende solamente de buenas leyes. Depende de una interacción sostenida de aprendizaje mutuo, interacción que se facilita cuando gobernantes y empresarios viven en el mismo país, tienen la misma cultura y hablan el mismo idioma. Para ello, es necesario que el estado actúe pensando en el largo plazo, promoviendo el desarrollo de los negocios pero resguardando al mismo tiempo el interés nacional. Hace falta también que los empresarios comprendan que su interés por el lucro se verá mejor servido, en el largo plazo, si va de la mano con el desarrollo nacional. Los empresarios deben entender que ganancias desmesuradas a costa de la destrucción del medio ambiente, de profundizar las brechas sociales o de socavar el estado nacional, no son el camino para lograr una vida buena para sus familias y descendientes.
Ni el estado peruano ni la mayoría de nuestros empresarios cumplen esos requisitos. Las empresas peruanas tienen más directivos y gerentes peruanos que las trasnacionales, pero su rol social y educativo es pobre y su acción política se dirige sobretodo a promover sus propios intereses. ¿Cuántos empresarios peruanos hemos tenido que hayan opinado sobre la seguridad nacional? ¿Cuántos se han tomado en serio la educación o el cuidado del medio ambiente? ¿Cuántos prefieren integrarse al país que al exterior? A veces parece que, en nuestro Perú, fuera verdad que el capital no tiene patria. A veces parece, también, que nuestros gobernantes tampoco tuvieran patria.
Uno de los grandes retos del desarrollo nacional, es promover un nacionalismo desarrollista. Necesitamos para ello empresarios que trabajen más por el desarrollo nacional y un estado que premie y favorezca a quienes así lo hagan.
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